El atraviesa las dunas borrosas de su sol de domingo. La entra por la aurícula y mira abajo al darse cuenta de que sus zapatos se han dado un baño en un charquito ermitaño que huye por el borde del puente y no desemboca en el río. Los pies de El son inundados por un agua que acaba de llegar. Se aparta para no mojarse, aboca los ojos en él. Mira sus ojos grises.
Cuando los suspiros levantan la cabeza han olvidado por qué se dieron la vuelta. La saeta se cuela de nuevo en el pelo de Ella que acelera el ritmo para reencontrase con el latido constante y mundanal que maneja el flujo de la arteria principal de su ciudad, a punto para retomar el baile.
Sería una estupidez explicar que al asomarse un charco, espejo y ventana, pudo enmendarse la desmedida lluvia que la había acechado todo el día. Pero ella supo entonces que el latido mundanal que nos sigue se demedia por tiempo y contratiempo y que la batuta la llevaba recogida en el pelo y no al revés. De lo que nunca estará segura es de quién fue la figura que se reflejó en el charco.
Publicado por Playa de Ákaba,
25 de Marzo de 2014.
25 de Marzo de 2014.
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